La colección de 1/8 Takamura se presentó como un tránsito entre sombras y revelaciones; el testigo de cuando termina una fiesta. En escena, las prendas se movieron como si contaran un mito colectivo, aquellas que encarnan el espíritu de la marca: brutalismo, minimalismo y amor por el detalle.
Belleza caótica
El diseñador Guillermo Vargas concibió esta entrega como una ceremonia visual donde lo efímero se convirtió en la esencia de su propuesta. Inspirada en la visión mística de Graciela Iturbide, esta propuesta entrelaza presente y espiritualidad, invitándonos a vestir la libertad como un acto de fe.
Un recorrido íntimo por los ciclos de la existencia, a través de siluetas fluidas, tejidos suaves y texturas orgánicas. Cada elemento busca resaltar lo que se transforma, lo que resurge a través de patrones meticulosamente estudiados y que se reflejan en la forma perfecta de cada prenda.
Las siluetas, amplias y envolventes, parecían surgir del sueño, entre capas infinitas, texturas que evocan la materia y destellos que atraviesan la penumbra. Los colores acompañaron esa narrativa, representando el caos previo al amanecer, un estallido de tonos que parecen pintar el mundo que habitamos cuando la luz apenas empieza a nacer.
Ritual de fantasía
Hubo algo profundamente humano en el caos ordenado de Takamura. Las máscaras, los volúmenes desbordados y los contrastes entre lo etéreo y lo corpóreo hablaban de una identidad que se transforma sin pedir permiso. En su universo, el vestir se convierte en ceremonia y el movimiento, en lenguaje.
El beauty look completó la propuesta con sutileza: trenzas naturales, cabello con textura viva y mejillas intensamente coloreadas que evocaban el pulso vital del carnaval. Un maquillaje fresco, casi ritual, que acompañó la narrativa de renacimiento y movimiento constante.
Entre la fantasía y lo ancestral, la colección reivindicó la belleza del tránsito: ese momento en que lo que fuimos y lo que seremos se cruzan, aunque sea solo por un instante.