Todas tenemos inseguridades. Todas nos hemos sentido mal con nosotras mismas. Todas tenemos partes de nuestro cuerpo que preferimos esconder y no nos gustan. Nuestro secreto es no decirlo. Callarlo, criticar a las demás y simular que todo está bien, pero… ¿de verdad lo está?
Recientemente vi la portada de la revista Rolling Stone con Dua Lipa y no pude dejar de pensar en todas las veces que estos medios, incluyendo la televisión y el cine, o las fotos en Instagram me han hecho sentir insegura y mal conmigo misma. ¿Soy acaso la única o lo primero que nos pasa por la mente es compararnos?
Nos sentimos mal con las personas que somos y pensamos en todo lo que necesitaríamos para “vernos bien”, “para lucir bonitas”, “para ser guapísimas”. Ese proceso comienza investigando si la artista o modelo en cuestión tiene un antes y un después… ¿somos capaces de aspirar a ese tipo de belleza? ¿Somos capaces de perfeccionar nuestro físico para perfeccionar nuestro interior? ¿Si somos bellas por fuera nos sentiremos bellas por dentro?

Los malditos 13
Creo que siempre hemos hecho todo al revés y aquí les cuento por qué. Toda mi vida pensé que era una niña gorda, una adolescente gorda y una mujer gorda. Desde pequeña el bullying y, tal vez, muchas de las actividades que acompañaron mis primeros años de crecimiento, como lo fue ingresar a la Ollin Yoliztli y practicar ballet por varios años o después haber estudiado la carrera de actuación, me llenaron la cabeza de juicios sobre mi propio cuerpo que, tal vez, hasta hoy que tengo 30 años me han perseguido.
Nunca fui la más delgada ni la más flaca y, tanto en ballet, como en mi vida diaria, parecía ser lo único que importaba para ser “bonita” y encajar. Después, los 2000 estuvieron permeados de la cultura de las dietas… algo que rigió mi vida durante la adolescencia y la juventud.
¿Somos capaces de perfeccionar nuestro físico para perfeccionar nuestro interior?
Durante la universidad, creí haber logrado la meta máxima cuando por fin después de varios nutriólogxs, miles de masajes reductivos y pastillas, logré llegar a ser “delgada” y lo pongo entre comillas porque realmente en mi cabeza creía que podía ser “más flaca, para ser más bonita”, desgraciadamente el gusto me duró poco, pues me fui a estudiar a París y regresé pesando 13 kilos más, acompañados de una depresión espantosa, el autoestima hecha añicos, sola, tremendamente triste y completamente llena de inseguridades.
No quería ni que mis amigues se enteraran que había regresado a México. Pasaron los años y un día en terapia me di cuenta que ninguno de mis problemas eran porque no era flaca, sino porque mi cabeza creía que esa era la clave de la felicidad. Mi problema era ver a la comida con una carga emocional donde la culpa, el crimen y el castigo eran los que determinaban mi valor.

Pasé años tratando de bajar esos malditos 13 kilos, probando todo tipo de tratamientos corporales, cremas, masajes, tratando de “ser la mejor versión de mí misma”, pero lo único que logré entender años después es que el problema era yo misma; por querer agradar a lxs demás, en lugar de ser feliz. Spoiler… bajé esos estúpidos 13 kilos. Pero no fue hasta que comencé a ver la comida de otra manera y dejé de obsesionarme con el peso. Cambié el significado de la culpa por el placer y el gusto por comer.
Sin embargo, “volver a engordar” es un miedo constante que me persigue; sin embargo es importante entender que eso no puede regir nuestras vidas.
El poder de la reconciliación
No hay nada de malo con llevar un estilo de vida sano. Con hacer ejercicio, ir al nutriólogx, ser vegetariana, flexitarian, vegan, whateveregan; hacerte tratamientos corporales, (de los cuales incluso yo me he hecho infinidades: carboxiterapia, mesoterapia, criolipólisis, ondas de choque, radiofrecuencia, presoterapia, cavitación, you name it…). Siempre y cuando sea algo que hagas por ti misma y que sepas que no va a cambiar quién eres y que no pienses en que esto determina tu valor o el valor que los demás puedan poner sobre ti.

Diez años después de que esos trece kilos se convirtieran en una obsesión, los cuales subía y bajaba mil veces, porque hacía dietas estúpidas e innecesarias que obviamente me restringían de tal forma que después tenían rebote, decidí parar. La terapia me ayudó mucho, ciertamente, pero lo más importante fue verme en el espejo y darme cuenta que el único secreto de la belleza que existe era ser yo misma.
Cambié el significado de la culpa por el placer y el gusto por comer.
Es cierto que la terapia y la nutrióloga me ayudaron, pero más allá del peso, me ayudaron a encontrarme y reconocerme. Creo que debemos hacer las paces con nuestrxs cuerpxs, y dejar de verlxs como el enemigx. Es nuestro vehículo más importante para transitar en esta vida y los tratamientos así como los kilos de más o de menos oscilarán siempre, pero en ninguno de ellos radica el significado de quiénes somos, ni mucho menos nuestro valor y amor propio.