Viajar siempre trae el souvenir evolutivo. Una no se piensa igual después de tomar ese avión, ese autobús, ese volante o ese trayecto a pie. A mí me pasa eso. Y regresar del viaje con nuevas formas de ver la vida es una de las obligadas tareas para integrar en la cotidianidad aunque “nunca hay tiempo suficiente”.
Entre montañas, ríos, cascadas, cráteres, árboles frutales y una comunidad de gente increíblemente bella, me encontré en nuevas latitudes para compartir aquí lo que me desbordó el alma de felicidad.
Creative Escape Trip
A mediados de marzo viajé con un grupo de mujeres desconocidas que al final se volvieron mis musas para aventurarme en el Creative Escape Trip, una iniciativa organizada por Emily y Marlee, ambas amigas desde la universidad; mujeres llenas de energía y amor. Emily también tiene una marca de moda artesanal, Minga, la cual trabaja de cerca con artesanas y artesanos de la región. El viaje prometía un acercamiento transparente a las comunidades y personas con las que ella trabaja y eso me emocionaba muchísimo. Al mismo tiempo, tuve la oportunidad de ser un puente traductor entre lxs artesanxs y el grupo, pues todas hablan inglés. Compartir desde el lenguaje es algo que siempre me ha fascinado, quizá no lo había explorado en ese nivel y fue muy divertido.
¿Viajar para conectar o para desconectarte?
Percibo el escapismo desde un concepto positivo y necesario, como una forma de pausar y de callar. De observar… no solo con los ojos, sino con todo el cuerpo. Escapar para volver al cuerpo y sentirnos en nuestra casa lejos de casa. En este viaje de siete días, la creatividad fue el eje principal, pues todas experiencias se definen de acuerdo a la satisfacción creativa ay libre del cuerpo, la mente y el espíritu. Emily y Marlee son anfitrionas de primera en todo momento, quienes me abrieron las puertas a estos micro universos repletos de vida, de posibilidades y de infinitas expresiones creativas.
Primera parada: Otavalo y San Pablo del Lago
Una casa blanca de estilo surrealista, como salida de los Teletubbies, nos recibió con rosas rojas, blancas, melocotón… Ecuador es el principal exportador de rosas en Latinoamérica y el mundo –tienen más de 20 especies y es una flor nativa de sus montañas–. El lago San Pablo y las montañas nos abrazaron como testigos ante un fiel guardián que es el volcán Imbabura que se ve desde casi cualquier parte. Este fue nuestro hogar principal: aquí nos conocimos todas, comimos las delicias vegetarianas de Bethany, practicamos yoga con Marlee, nos reímos, hicimos una ceremonia de cacao y otra de tabaco; nos vulneramos, lloramos y nos abrazamos.
Pero antes de llegar a este recinto, conocimos Etnia Gallery en el pueblo de Otavalo. Esta tienda/taller destaca por sus bellísimos suéteres y bufandas de alpaca tejidas a mano por July y diseñadas por su hija. Mujeres emprendedoras y visionarías, madre e hija han dedicado sus días a preservar este oficio y a continuar trabajando con fibra de alpaca que en Ecuador ya no existe más la crianza de llamas. La tienda también cuenta con productos locales y artesanales de diversos tipos para continuar apoyando a la comunidad y a sus productores.
Teoría artesanal
Desde aqui visitamos el taller de sombreros en Ilumán, en donde conocimos los procesos artesanales de este negocio familiar y que por años llevan haciendo todo tipo de formas de sombreros de lana y paja con técnicas a mano que jamás pensé conocer. A través de varios procesos, el sombrero se empapa de grenetina que funciona como un aglutinante para la lana, después se elige la horma de la cabeza que viene en moldes de madera y en diferentes tallas. Aquí diseñamos nuestro sombrero desde el color, la forma, la horma, los acabados y los adornos también.
En los países andinos, como Ecuador, Perú y Bolivia, los sombreros de lana fueron una introducción del colonialismo europeo, sin embargo, continuaron adoptándolos e incluyéndolos en sus trajes tradicionales y a sus diversos modos en distintas comunidades desde tiempos ancestrales.
¡Hasta la cocina!
La comida ecuatoriana no es algo que se escuche mucho en México, y lo lamento mucho. Al mismo tiempo también es muy grato encontrarme con la sorpresiva similitud de su gastronomía con la nuestra, siendo el maíz la base de todo. Fuimos a la casa de Claudia Fuerez y su esposo Patricio. Claudia es licenciada en administración y Patricio es músico. Ambos una pareja que comparte genialidades individuales y al juntarse es como un engranaje de creatividad y amor.
Nos abrieron las puertas de su cocina y de su hermoso huerto orgánico; pelamos papas cholas y a mi en particular me tocó hacer la salsa con unos ajíes, cilantro y cebolla. Al final entre todas preparamos un festín que compartimos mientras Antonio, amigo músico de Patricio, nos regaló una versión de Dancing Queen con instrumentos andinos. El proyecto de Claudia y su familia se llama Kawsaymi que en kichwa quiere decir algo asi como ‘nuestra vida/ nuestra cultura’.
Lo que bien se aprende…
Mis habilidades en la máquina de coser resaltaron cuando visitamos el taller de marroquinería San Francisco e hice una cartera que actualmente uso. Este emprendimiento familiar de padre e hijo trabaja el cuero de forma artesanal, en volúmenes pequeños y en diversos diseños desde bolsas hasta fundas para botellas.
Fue muy interesante conocer los múltiples procesos para llegar a un producto final. Adentrarnos en estas experiencias nos sensibilizan para comprender el enorme esfuerzo y la habilidad única que cada persona entrega en cada pieza con sus propias manos. Elaborar nuestro sombrero y nuestra cartera de cuero fue sin duda un momento de reflexión clave para devolver la parte humana indispensable que implica llevar o portar una prenda o un objeto en función de algo específico.
Un paraíso terrenal
La aventura no terminaba ahí. Temprano por la mañana nos fuimos a rodear una parte del cráter del volcán Cotacachi, el cual ahora alberga en él una hermosa laguna color azul rey llamada Cuicocha. Casi dos horas después nos subimos a la van hacia Intag, el bosque nuboso de Ecuador y el único lugar del mundo que no registra índices de contaminación. Este sitio fue mi favorito, tiene todo lo que personalmente amo: las montañas, el río, aves de múltiples colores y la granja de Ernestina. Nos hospedamos en la casa Pacheco que cuenta con unas pequeñas casitas que parecen de muñecas y el río Intag que pasa al lado con su incansable intensidad. La mejor noche que tuve en años fue dormir allí.
Temprano desperté y fui a bañarme al río con agua helada, era justo el equinoccio de primavera. Nos preparamos para ir a la granja donde conoceríamos la fibra de la cabuya y los tintes naturales. Nos recogió un autobús que era más como un tranvía: íbamos todo el grupo y conocimos a Mercedes, una niña muy bella llamada Sofía, el chofer y el hermano adolescente de Sofía (creo). Un camino muy soleado y claro nos adentró hacia la montaña, en donde enclavada la granja, todas las mujeres nos recibieron con mucho cariño, incluyendo Ernestina y Alfredo.
La cabuya y los tintes naturales
Familiar, cálido y dedicados a la naturaleza, la energía era avasalladora de una buena forma, me sentía tan feliz. Ahi conocí a Piedad, una mujer fuerte y sensible de 50 años que se dedicaba a la extracción de la fibra de la cabuya. La cabuya es una planta muy similar al agave o maguey que al ser tallada de cierta forma va liberando su fibra natural la cual es una textura como de henequén pero mucho más suave, quizá por el proceso de encerar y peinado que implica.
Las mujeres de esta comunidad se dedican a tejer y pigmentar naturalmente artesanías de cabuya. Tienen una cooperativa llamada Flor del Chocó y utilizan la diversidad tintórea de la localidad como es la corteza del árbol de fucuna, las hojas del nogal y el chanchi (una mora silvestre estacional), entre otros.
Sigue el llamado
Inicié el año 2024 con una misión: continuar y enfocarme en mi camino creativo y eso me condujo hasta la mitad del mundo para darme cuenta de lo vasto que habita en los lugares que subestimamos (metafóricamente hablando también).
Faltaría mencionar todo lo que viví en este artículo pero puedo resumirles algo con la intención de que probar lo desconocido te nutre y te conecta con gente que está en la misma búsqueda. La creatividad es una medicina para el alma. Si quisieras apuntarte a los próximos viajes a Ecuador, revisa la cuenta de Creative Escape Trips, ¡ya viene uno en agosto!
Fotografías cortesía de Meghan D’Evelyn