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Cover
LUVIA LAZO: Memorias que habitan la imagen
02.11.2025
Por Yaveli Ríos
fotografía Abraham Martínez

Originaria de Teotitlán del Valle, Oaxaca (1990), Luvia Lazo es una fotógrafa cuyo trabajo es una reflexión constante sobre el tiempo y cómo deja huella en nuestra vida. Su obra aborda y reflexiona sobre la vejez, la muerte, el luto y los rituales inconscientes que atraviesan la vida cotidiana, mientras que explora cómo nos relacionamos simbólicamente con las flores.

Desde su mirada como mujer zapoteca del siglo XXI, y, a través de la fotografía, Luvia convierte lo particular en preguntas universales sobre la experiencia humana:

Las posibilidades de las personas como humanos, más allá de su origen.

Luvia Lazo

Habitando la imagen

Su trabajo ha sido reconocido con premios como el Leica Women Foto Project Award (2024) y el Indigenous Photograph del Photoville Festival (2021, Nueva York), y en 2020 recibió la beca Jóvenes Creadores del FONCA. Ha mostrado su obra en exposiciones colectivas e individuales en instituciones como el Colegio de San Ildefonso, Trout Museum of Art, Ca la Dona y Centro de la Imagen. Actualmente es integrante de la Vertiente de Residencias Artísticas de la Secretaría de Cultura en Nueva York (2025).

Mis fotos son preguntas. Preguntas desde un territorio, mi identidad, mi lengua, mi tiempo.

En esta cover story para MEOW Magazine, realizada bajo el ojo fotográfico de Abraham Martínez, te presentamos a Luvia, quien durante nuestra conversación, compartió cómo la fotografía no solo se ha convertido en su campo profesional con el paso de los años, sino también cómo ha evolucionado hasta transformarse en un lenguaje reflexivo que teje relatos y formula preguntas.

ENTREVISTA

Yaveli: Creciste en Teotitlán del Valle, un pueblo con una tradición artesanal y una cultura exquisita. ¿Cómo influyó ese entorno en tu mirada como fotógrafa?

Luvia: Nací, crecí y aún vivo en Teotitlán del Valle. Lo que me atraviesa viene de dos mundos: por un lado, la familia de mi mamá, dedicada a la artesanía y al tejido; y por otro, la familia de mi papá, que se dedica a la carnicería, un oficio duro. Siempre viví entre esos contrastes: la belleza del arte y la rudeza del trabajo físico. Aprendí a ver ambas realidades y, de alguna forma, ser un puente entre ellas. Cuando se piensa en Teotitlán se piensa en el color, el tapete, lo bello; pero también existe ese otro Teotitlán más cotidiano: el del esfuerzo, el mercado y el oficio. Esa dualidad se filtra en mi trabajo: hay destellos de belleza, pero también mucha reflexión sobre la vida y la muerte.

Y: ¿Recuerdas cuál fue tu primer acercamiento con la fotografía? ¿Qué sentiste al descubrir que podía ser tu lenguaje principal?

L: En mi caso, la fotografía fue un medio accesible, una herramienta sencilla con la que podía expresarme. Quizá me habría gustado experimentar algo más manual (pintura, escultura, música), pero no me consideraba buena en eso. La fotografía llegó en el momento perfecto: cuando el internet empezaba a llegar al pueblo y la cámara digital se incorpora al celular, surge esta conexión a todo el mundo. De pronto el mundo se conectó con Teotitlán y, siendo adolescente, comencé a ver imágenes de otros lugares. Fue ahí cuando decidí explorar.

No fue una decisión consciente ni un camino directo: ha sido un proceso de equivocarme, aprender, cuestionar desde dónde y cómo retrato, qué es lo que quiero decir. Creo que es importante aprender a hablar en cualquier lenguaje, ya sea visual, pictórico, de cualquier tipo. Y eso conlleva a generar una apertura, un cuestionamiento propio, y observar todos los sucesos a tu alrededor.

Sigo construyendo un lenguaje que aún está en formación, pequeños balbuceos que poco a poco se convierten en mi voz visual.

Y: Pasaste mucho tiempo en el mercado local, donde tu familia ha trabajado por años. ¿Qué memorias guardas de ese espacio y cómo lo llevas a la fotografía?

L: De niña no me gustaba ir al mercado, quería hacer otras cosas. Pero con el tiempo entendí su valor. El mercado es un espacio rico de intercambio más allá del dinero: todavía se sostiene el trueque, pero también las personas que van al mercado interactúan de otras maneras con las personas que estamos vendiendo. Es un lugar donde he visto puestos desaparecer o que arriban, y dentro de ello me hago preguntas cómo: ¿Qué pasa cuando la gente que está vendiendo fallece? 

Aprendí a observar los elementos que habitan ahí (las flores, los alimentos, los objetos) y su simbolismo. Las flores, por ejemplo, no están ahí solo por su belleza: tienen tiempos, usos y significados culturales. Me interesa su fuerza, su resistencia, cómo habitan espacios que no siempre son los suyos. Muchas ni siquiera son nativas de Teotitlán, y eso me hace pensar en la pertenencia desde otro lugar.

Entonces me interesa esta conversación de la pertenencia desde un punto distinto, mi intención no es sostener una bandera como mujer zapoteca que representa a todas las mujeres indígenas zapotecas, sino más bien, como una mujer que vive y habita esta tierra en presencia, y que es testigo, más no juez de lo que está sucediendo. Y eso para mí es el mercado, soy testigo de lo que sucede en este espacio, me fascina cómo todo dialoga entre sí, mantengo esta fijación desde los colores hasta los alimentos que consumimos y me encuentro estudiándolo constantemente.

Y: ¿Qué papel juega tu familia en tu formación personal y profesional, así como en tu manera de acercarte a las historias que retratas?

L: Mi familia es el origen de todo. Las imágenes, las historias y las preguntas nacen de ahí. Aunque cada persona interprete mis fotos de una forma distinta, para mí están llenas de memorias, anécdotas y secretos familiares. Creo que cualquier acto creativo es profundamente personal. No podría hacerme estas preguntas sin la familia que me tocó.

Antes de mi generación, las mujeres no iban a la universidad. Para mí, poder dedicar tiempo al arte es un privilegio, y lo reconozco. Hacer arte requiere tiempo y espacio para pensar, algo que mi familia antes no tuvo, porque estaban ocupados trabajando, criando, sosteniendo. Yo heredé su esfuerzo y trato de honrarlo con mi práctica.

Y: Tus retratos se distinguen por ocultar el rostro, destacar las manos y también las flores. ¿Qué buscas transmitir con estos objetos y gestos?

L: Mi trabajo no surge de puestas en escena, sino de gestos y momentos reales. La serie de personas sin rostro nació del duelo por la muerte de mi abuelo. En zapoteco existe la palabra Kanitlow, que significa “los rostros se pierden”, y ese fue el título del proyecto. Retratar sin mostrar el rostro fue, primero, un gesto de cuidado, ya que, trabajar con personas mayores implica tener esta conciencia sobre su vulnerabilidad.

Después entendí que también era un gesto simbólico: esos rostros realmente se estaban perdiendo. En esas manos, en las flores, buscaba los vestigios de mi abuelo. Las flores hablan de memoria, pero también de resistencia y pertenencia

Además, me interesa que las fotos muestren la realidad actual: muchos textiles no son artesanales, hay mezclas de materiales importados. Lo que yo busco es poner en la mesa la reapropiación de estos elementos, no busco sólo la estética, sino comprender y estudiar lo que esas imágenes dicen sobre nosotros.

Y: ¿Cómo explicarías tu lenguaje visual? ¿Cuál consideras tu sello o rasgo identificador?

L: Mis fotos son preguntas. Preguntas desde un territorio, mi identidad, mi lengua, mi tiempo. Uno no sabe que es indígena hasta que alguien te lo dice; mientras tanto, simplemente eres. Mis fotografías son preguntas como mujer en el 2025, pero también como mujer hablante de una lengua, una mujer que sale del pueblo y observa otras cosas. También una mujer que se contrasta con su madre, con su abuela; una mujer que disfruta la ciudad como también disfruta del pueblo, así son mis fotografías:

Son muchas preguntas que me hago con base a los momentos que vivimos, no las considero como respuestas.

Sé que mi trabajo se asocia mucho con los retratos sin rostro, pero eso es solo una parte. Me interesa la vejez, el duelo, lo contemplativo. Poco a poco voy construyendo mi lenguaje visual, aprendiendo a hablarlo. Apenas tengo mi abecedario y todavía estoy aprendiendo a decir mis propias palabras.

Y: ¿Qué fotógrafos, artistas o incluso poetas, han sido tu inspiración o influencia en tu mirada? ¿Consideras que han habido grandes influyentes dentro de tu carrera?

L: Me alimenta todo lo sensorial más allá de lo visual: la comida, la música, la lectura, la escultura.  En fotografía, admiro a Maruch Santíz, quien es una fotógrafa originaria de Chiapas; Cindy Sherman y Sophie Calle, por la manera en que viven su práctica sin desconectarse nunca de ella, y comparto la constante de vivir con la imagen.  En poesía, me acompañan Pessoa, Juarroz y Roberto Bolaño; en cuanto a lecturas, me fascinan los relatos, las historias. Y en cuanto a música, escucho de todo: desde reggaetón hasta música clásica.

Creo que el día que pierda la curiosidad por entender el mundo, también perderé la capacidad de mis ojos por mirar distinto.

Y: Como alguien influyente dentro de este medio, ¿cuál sientes que es tu responsabilidad al fotografiar dentro y desde tu propia comunidad?

L: Vivir y crear en el mismo lugar implica mucha responsabilidad. Fotografiar en Teotitlán no es fácil: retrato a mis vecinos, a gente que conozco, que sabe dónde vivo. Debo ser cuidadosa con lo que digo, con los temas que abordo y cómo los presento.

A veces se piensa que lo tengo más fácil por estar en el pueblo, pero no. Hay temas sensibles, realidades complejas. Mi postura siempre es la del respeto, ya que, hablar de ciertos temas conlleva ciertas responsabilidades. No soy vocera ni representante; no pretendo hablar por toda una comunidad, por lo tanto, creo que esa debe ser la postura de quienes estamos en este medio.

Y: ¿Qué es lo que más te interesa que suceda en el espectador al encontrarse con tus fotos?

L: Creo que lo que más me gustaría es que mis imágenes despierten preguntas. No busco que digan “qué bonito” o “qué padre”, sino que detonen emociones, aunque sean contradictorias: incomodidad, empatía, ternura. Que quien las mire se cuestione por qué retrato lo que retrato, por qué en este territorio, por qué hablo de ciertas cosas, o qué fragmentos personales se pueden encontrar también en la imagen. Me interesa generar conversaciones, diálogos importantes y necesarios. Pero para que eso suceda, también debo seguir creando, seguir haciendo más imágenes, porque las personas cambiamos y nuestras miradas cambian con nosotras.

Para mí, la fotografía es justo eso: un registro de la transformación constante, de lo que somos en cada momento y del espacio que habitamos. A veces mis fotos también son una contradicción, porque yo misma lo soy. Reflejan esa dualidad: lo que veo y lo que soy en el instante de mirar. 

Me gusta pensar que mostrar estas realidades fuera de su contexto es también una forma de hacerlas visibles, de decir: “esto existe, esto también somos”.

Y: Has expuesto en Oaxaca, Ciudad de México y en otros países. ¿Qué significó para ti llevar tus fotos fuera de tu comunidad?

L: Bueno, creo que como artista siempre es muy bonito ver tu trabajo en otros espacios, porque Teotitlán es un pueblo con alrededor de unas siete mil personas, en donde la mayoría nos conocemos, nos saludamos, y hacer que mi trabajo viaje y se expanda a nuevos horizontes, que mis vivencias puedan conectar con algo más amplio, global y que pueda visualizarse y apreciarse también en estos espacios, es todo un regalo. Ver cómo mi trabajo, tan íntimo y personal, puede conectar con otros lugares me llena de gratitud.

Escuchar lo que se dice alrededor de mis fotos, bueno o malo, siempre me enseña y es totalmente constructivo. Me gusta pensar que mostrar estas realidades fuera de su contexto es también una forma de hacerlas visibles, de decir: “esto existe, esto también somos”.

Y: ¿Cuál ha sido el momento más importante o decisivo en tu carrera? ¿Hay algún proyecto que haya marcado un antes y un después en tu profesión?

L: La muerte de mi abuelo Domingo. Quienes han vivido un duelo profundo entienden que algo cambia para siempre. Pueden entender que la muerte de alguien que se quiere tan profundamente y que está tan enraizado en la vida, es como si te quitaran una venda de los ojos. Y así fue mi momento, cuando mi abuelo murió, sentí que me quitaron una venda de los ojos.

Vi por primera vez a Teotitlán como él lo veía, comprendí y entendí la vida cómo él siempre lo hacía, y mediante estas interpretaciones o cogniciones, comprendí que mi quehacer creativo, debía ser honesto, sin pretensión. Después de eso, todo lo que vino fue un regalo: talleres, concursos, proyectos. Entendí que mi mirada nace por lo que pasa con la vida después de la muerte, y que solo siendo auténtica puedo crear con sentido.

El proyecto que ha marcado un antes y después en mi vida como fotógrafa sin duda fue Kanitlow, la serie de los rostros. Fue el proyecto que me dio mayor visibilidad, pero también un punto de inflexión. Quiero seguir explorando temas como la feminidad, la memoria, los usos y costumbres de Teotitlán, la muerte y mi historia familiar.

Y: ¿Cómo fue el recibimiento de ese proyecto y qué otras experiencias transformaron tu forma de mirar?

L: Mi primer apoyo fue el Fonca Jóvenes Creadores, justo antes de la pandemia. Trabajaba un proyecto sobre mujeres en comunidades originarias y, cuando murió mi abuelo, ese proceso cambió completamente. Después recibí la beca Indigenous Photograph, que me dio tiempo y visibilidad para concluir Kanitlow. También desarrollé otros proyectos como Mujeres de las Nubes, centrado en los roles y etiquetas que enfrentamos las mujeres.

Participé en una residencia en Nueva York gracias a una beca de Cultura, y esa experiencia me impulsó mucho. Creo que lo más importante es no soltar el hilo, seguir trabajando y regresarle a la fotografía lo que ella te da. Es dinero público, y debemos transformarlo en algo que genere comunidad: exposiciones, diálogo, práctica, en mi caso particular se representa en impresiones, equipo, archivo. Es una manera de cerrar el ciclo con gratitud.

Y: Tu trabajo ha aparecido en medios como Vogue México y Latinoamérica o ADN México. ¿Cómo fue tu acercamiento a la fotografía de moda? Y ¿Cuál es tu perspectiva al compaginar estas dos vertientes: la documental y la de moda?

L: Mi acercamiento fue casi casual. El editor Enrique Torres Meixueiro me invitó a realizar retratos para Vogue México y Latinoamérica. Fue un proyecto significativo, y más adelante participé en otra historia sobre trenzas. También he colaborado en retratos de arquitectas y cocineras tradicionales, como Abigail Mendoza. No he hecho tanta fotografía de moda, pero esas experiencias me gustan porque me permiten contar historias. Puede que la moda no sea mi campo natural, pero disfruto cuando las narrativas van más allá de lo estético. Me interesa cuando la moda se conecta con la historia, la memoria o la identidad. 

Por otra parte, creo que tanto la fotografía documental como la fotografía de moda, están profundamente entrelazadas. Me encanta la moda, no solo como objeto visual, sino como fenómeno social. Aunque algunos la consideran banal, la moda también es política, un medio de manifestación y representación. Entonces yo no creo que una cosa esté separada de la otra.

Mi trabajo, aunque parezca documental, tiene una preocupación estética muy fuerte y que conjuga con lo editorial. Me gusta cuidar el color, la composición, los fondos. Entonces es increíble descubrir estas conversaciones entre estos dos mundos, que se vuelven como un híbrido.

Cuando retrato algo relacionado con la moda, busco desmenuzar a la persona que tengo enfrente. No me interesa el glamour, sino entender qué hay detrás de esa imagen. Capturar la esencia, el gesto, la humanidad.

Y: ¿Cómo se conjugan en tu obra los lenguajes del duelo, la memoria y la comunidad con el de la moda?

L: Creo que desde el disfrute. A veces queremos que todo tenga un significado profundo, que todo se justifique conceptualmente, y eso puede convertirse en una traba. También se vale hacer algo porque simplemente te gusta cómo se ve. Considero que el goce también es parte del proceso creativo. Lo personal se construye desde todo lo que una ha visto, leído y vivido. En mi caso, ese resultado se traduce en decisiones visuales: jugar con el cabello, con el movimiento, con la limpieza de los fondos.

Tengo una fijación con los espacios despejados; quizá viene de mi amor por la pintura. Esa necesidad de claridad se refleja tanto en mi trabajo documental como en el editorial. En ambos busco orden, presencia, composición. En el documental, aunque parezca espontáneo, hay observación y espera. En la moda puedo curar la escena un poco más, pero la intención es la misma: buscar la emoción y el equilibrio visual.

Y: ¿Hay algo que te gustaría explorar próximamente, algo que aún no te has atrevido a hacer?

L: Siii, me gustaría hacer más retrato frontal. Creo que un vicio que me dejó el proyecto de los rostros ocultos es que ahora me intimida mirar de frente. Me cuesta sentirme la persona adecuada para ese tipo de retratos, pero justo estoy trabajando en eso. Vengo de no ver los rostros, y ahora quiero verlos.

Quiero confrontarme con esa mirada directa, con ese encuentro. Lo he hecho antes en retratos para artistas o personas, pero ahora quiero hacerlo dentro de mi trabajo personal.

También me gustaría hacer cosas más experimentales: jugar con elementos, crear escenarios, hacer puestas en escena, explorar. Cuando una empieza a hacer fotografía, no tiene miedo a equivocarse; todo es curiosidad y exploración. Con el tiempo, una se llena de definiciones, “yo no hago esto, yo hago lo otro”, y eso te limita. Para mí, este momento es volver a jugar, romper con esas creencias y permitirme experimentar otra vez.

Y: ¿En qué proyectos trabajas actualmente y qué historias tienes por contar próximamente?

L: Bueno, ahorita mismo estoy trabajando en unas historias sobre el Día de Muertos. Quiero explorar los rituales, las costumbres y todo lo que rodea lo funerario, aunque por ahora está en una etapa muy inicial, de primeras exploraciones. También me gustaría trabajar más en actos performáticos, inspirada en artistas como Sophie Calle, que me encanta. Quiero indagar en mi propio cotidiano, pero al mismo tiempo expandirme hacia otros medios.

Tengo muchas ganas de experimentar con la instalación, el performance, la pintura. Quiero probar otras formas de expresión y nombrarme así: como mujer artista. Además, estoy trabajando en mi libro. Aún tomará tiempo, pero me entusiasma mucho la idea de ver mi trabajo en un formato que pueda leerse. Ese proyecto me tiene muy ilusionada. Tal vez hacia finales de octubre haya una exposición, pero por ahora eso es lo que tengo: muchas cosas a la vez, todas naciendo poco a poco.

Si deseas conocer más sobre el trabajo artístico y trayectoría de Luvia, visita LuviaLazo.com y explora un universo visual lleno de significados que invitan a reflexionar.

Fotografías y estilismo por Abraham Martínez 
Looks cortesía de Gu Shu Estudio