Después de estudiar Antropología Visual, Carolina Corral decidió involucrarse en el cine documental en donde ha desarrollado sus proyectos en los últimos años. Su trabajo aborda temas como la resistencia y la justicia social en historias donde generalmente las mujeres son protagonistas. “Semillas de Guamúchil”, su cortometraje más reciente, la nominó en la última entrega del Ariel como Mejor Cortometraje Documental.
Por otro lado, su cortometraje documental animado “Amor Nuestra Prisión” fue selección oficial del festival más prestigiado de animación: Festival d’animation d’ Annecy en 2017, entre otros donde resultó premiado. Ha sido acredora de diversos apoyos como Jóvenes Creadores del FONCA y DocsDF. Y el año pasado, recibió el apoyo de IMCINE, Bertha Fund y Chicken and Eggs para llevar a cabo su primer largometraje documental “Llueve”.
Lee más sobre esta intrigante creadora de uno de los géneros fílmicos más efervescentes en nuestro país a partir de las cuestiones sociales que a todos nos competen.
¿Cómo decidiste dedicarte a esto?
Estudié un doctorado en Antropología Visual en Mánchester, ya desde entonces buscaba escapar del texto antropológico como una manera establecida de narrar. Pero la academia me aburría, me limitaba, me decía cómo debía escribir, citar, opinar, y hacerlo de ese modo me costaba mucho trabajo. Quizá yo no era buena para lo académico, y entonces nunca iba a poder aportar nada allí. Lo que sabía era que agarrando la cámara me sentía bien. Agarrar la cámara, estar con la gente y contar sus historias. Comencé a hacer documental independiente.
Sentí que ese era mi lugar. Es entre una pasión y un deber. Narrar desde el documental independiente es donde me siento yo, contando lo que verdaderamente pienso, sin sesgos. Sin moldes. Y siempre con una las puertas abiertas poder ser creativo, lo cual se vuelve un reto y un deber también.
¿Qué es lo que más se te ha dificultado al querer hacer cine?
Lo más difícil de hacer cine documental ha sido volver a comenzar en una disciplina en la que no me formé y de la que aún carezco muchos conocimientos sobre todo técnicos y a veces narrativos.
También luchar contra la presión constante de producir audiovisual con tecnología de punta que nunca deja de evolucionar y es costosa. Esto a veces nubla la confianza en que se puede producir una historia con poco equipo.
Además de tus proyectos, ¿colaboras en otros?
Soy integrante de La Sandía Digital, Laboratorio de Cultura Audiovisual. Es una colectiva audiovisual fundada y conformada por colegas mujeres que hacemos videos con perspectiva de género. Cuando me uní a La Sandía, descubrí a un grupo de mujeres buscando crear y hacer efectivo un proyecto laboral congruente con nuestras posturas políticas y acorde a como creemos que deben ser las relaciones laborales. Ha sido sumamente enriquecedor. Sobre todo generamos documentales con perspectiva de género para distintas organizaciones.
Actualmente ‘Las Sandías’ – como nos llaman – estamos colaborando en la producción de la serie Somos Valientes, dirigida por Lydia Cacho y producida por Marcela Zendejas, que rescata historias de valentía de niños mexicanos.
Participé como asistente de la directora Wilma Gómez Luengo en el documental Calypso, “Los Niños del Éxodo” que está próximo a estrenarse y que narra la experiencia de desplazamiento forzado por violencia de una comunidad rural en Guerrero desde la perspectiva de los niños.
¿Cuáles eran tus expectativas para “Semillas de Guamúchil”?
Fue el primer documental que hice regresando a México. No fue mi iniciativa. La idea de hacerlo fue de mis colegas de La Colectiva Editorial Hermanas en la Sombra con quienes ofrecíamos talleres de escritura creativa en la cárcel de Atlacholoaya en Morelos. Se pensó como parte de otros dos productos de la colectiva: la reedición de su libro Bajo la Sombra del Guamúchil, historias de vida de indígenas presas, y una serie radiofónica “Cantos desde el Guamúchil” que está en línea. Nunca lo pensamos para festivales sino para difundirlo entre el mundo académico, de derechos humanos y de la literatura penitenciaria.
Personalmente, era mi segundo producto audiovisual sobre la cárcel y quería hacer algo más dinámico y que involucrara a las internas. Así que jugamos con que ellas recitaran sus poemas a la cámara. Cuando gana el apoyo de IMCINE para postproducción de cortometraje, eleva su manufactura y entra el circuito de festivales. Su nominación al Ariel fue una grata sorpresa, además del premio que ganó en FICUNACH y en el Festival de Cine Oro Negro.
¿A qué te enfrentas si quisieras hacer un largometraje?
Al hacer un largometraje te enfrentas a embarcarte en un proyecto que se convertirá en tu compañero de vida durará algunos años, y a todo lo que eso conlleva. En ese camino fructificante y tomentoso nunca estás segura si lo podrás acabar, si el financiamiento llegará.
Si la historia te interesa lo suficiente, te enfrentas a decidir si la quieres ir contando paralelamente al levantamiento de recursos, por si los mismo no llegan o no llegan a tiempo. Frecuentemente a irla realizando con muy pocos recursos sobre todo durante la parte de la producción.
Te enfrentas a entender que los tiempos del documental y los tiempos del financiamiento casi nunca coinciden. El financiamiento en mi experiencia como documentalista emergente es lento y difícil. Te enfrentas a periodos de colaboración laboral largos e intensos en los que se debe conservar el respeto y el crecimiento mutuo. Te enfrentas a ser exigente contigo misma y a tratas de complejizar una historia para que sea potente. Mucho de este camino es angustiante, otro tanto es muy gratificante.
¿De qué manera ha ido evolucionando tu trabajo?
El documental es mi lugar por ahora. Tengo el privilegio de trabajar con gente real, de contar historias que le están ocurriendo a la gente hoy y que me permiten entrar en sus vidas y contarlas. Técnicamente mis colegas del mundo del cine documental han sido mis nuevos maestros, y mis documentales mi propia escuela. Con cada documental aprendo mucho técnicamente y crezco. Sigo disfrutando trabajar con equipos pequeños y sin tanto artificio, ya que lo siento más respetuoso para la gente.
Lo que queda de la antropología en mí es justamente el interés de acercarnos al “otro”. observar la curiosidad y el interés de conocer y retratar la vida del otro desde lugares no clichés, no periodísticos, no televisivos, sino etnográficos es algo que conservaré en mi trayectoria.
Hay que confiar en que todo este bagaje aprendido en el camino, junto con el instinto y el impulso interno a experimentar, pueden funcionar y llevarnos a generar distintas maneras de narrar. La prueba es que “Amor, Nuestra Prisión”, nuestro último corto documental animado sobre reflexiones del amor romántico en la cárcel, está siendo ampliamente recibido y premiado en festivales.
El reto constante es seguir puliendo ahora la narrativa cinematográfica, que es un nuevo lenguaje, para lograr generar historias más complejas, más completas, más redondas, más efectivas, más creativas.
Un gran acierto ha sido empezar a trabajar de la mano de mi amiga, colega y productora Magali Rocha quien ha sido un pilar importantísimo para impulsar y difundir nuestros cortometrajes. Su apoyo en producción es indispensable y visionario. Estamos creciendo y aprendiendo a profesionalizar nuestro trabajo juntas y pronto tendremos una plataforma conjunta para poner nuestro trabajo en línea.
¿Cómo encuentras un equilibrio entre lo que quieres hacer y lo redituable?
A veces me meto en las historias y olvido que el documental es mi trabajo actual y que debería vivir de él para que dicho pasatiempo duré mucho tiempo! Es un trabajo digno y arduo que merecería ser redituable.
He recibido varias becas para estudiar y para crear. Otros tanto fondos nacionales e internacionales para realizar documental. Los fondos para producción deben avocarse a la producción del trabajo. Así que cuando uno recibe apoyos para producción debe responsabilizarse en pagar bien al equipo de trabajo, eso implica muchas veces pagarse mal una misma.
Sobrevivo de varios trabajos que van y vienen eventualmente. Creo que nunca he trabajado en cosas que no me satisfacen o no creo éticas (subrayando lo relativo y personal que es la ética) aunque pudiera ser más redituable. Nunca he hecho publicidad, por ejemplo.
He trabajado como operadora de cámara para reportajes periodísticos y sociales, como asistente de dirección en documentales. Hago traducciones y subtitulaje. Imparto de talleres de formación audiovisual -principalmente con La Sandía Audiovisual – y cursos de Antropología Visual en universidades. Nada de esto es tremendamente redituable, pero ese es el costo de querer solamente trabajar en cosas que me satisfagan.
El equilibrio hasta ahora está entre crear proyectos propios y trabajar con otros o para los demás cuando el trabajo sea satisfactorio, redituable mínimamente y ético. Realistamente, es probable que esto esté funcionando porque no tengo dependientes económicos. Sería bueno pensar que no.
Según tu experiencia, ¿qué es lo mejor y lo peor de hacer cine en México?
Lo mejor de hacer cine en México es:
-Las historias que se pueden contar, ¡son fascinantes y no se acaban!
-La calidad de la creación audiovisual; el cine documental mexicano muy bueno y se está produciendo muchísimo
-Los colegas por su talento y su calidez.
Lo peor sería un poco lo mismo que existe dentro muchos mundos laborales. Dentro de la industria del cine encuentro un poco innecesario todo el glamour, las envidias y el ego. Lo costoso que es hacer cine también.
La tragedia. Personalmente siempre termino atraída por historias duras, tristes injustas porque no puedo ignorarlas. Vivir en México significa a veces estar atrapado en un círculo que cuenta interminables historias de injusticia y de violencia que inundan México. Muchos artistas, periodistas y documentalistas estamos atrapados en un ciclo de historias de violencia.
¿Cómo te gustaría que fuera tu trabajo en el futuro?
No me he puesto a pensar mucho en el futuro laboral. Quizá porque hoy es un buen momento de creación.
Definitivamente quiero seguir colaborando y rodeándome de colegas creativos e inspiradores.
Fortalecer el equipo de trabajo con Magali Rocha e impulsar nuestro trabajo a través de una plataforma en conjunto que pueda impulsar nuestro próximo largometraje.
Y quizá en algún momento pasar de la creación a la generación de un espacio físico de creación cultural en el lugar en donde esté viviendo.
En términos de industria, ¿crees que existen nuevas formas para hacer cine?
Una de las cosas buenas de que el cine documental casi nunca sea redituable es que nos da el lujo de no siempre tener que pensarlo como “una industria”. Entonces otorga la libertad de hacer cine con relaciones, medios y economías distintas.
Colaborar entre colegas, intercambiar y prestarnos equipo es fundamental. En general, la gente de la que me rodeo produce mucho desde allí, desde usar los medios que tenemos para contar historias. La Batalla de Las Cacerolas y Brigadistas, dos de nuestros cortometrajes, fueron hechos sin recursos, con equipo prestado y poca postproducción y con el objetivo de difundir la historia de la resistencia pacífica en el pueblo de Tepoztlán contra megaproyectos gubernamentales. Ambos cortometrajes fueron pensados para exhibirse en línea, así que los subimos a la plataforma Youtube y aunque han festivaleado, están libres para que quien quiera pueda consultarlos y difundirlos. Ambos cortometrajes surgieron bajo el espíritu de CC (Creative Commons) que fomenta que “la obra” no necesariamente debe tener autoría centralizada y reservada. Una obra tiene el trabajo de mucha gente detrás y por tanto pertenece a muchos, así como la obra y los demás tienen el derecho a que sea accedida por quién lo desee.
Entonces otras formas de hacer cine es darse la oportunidad de no siempre pensarlo como una “industria”.
Para conocer el trabajo de Carolina, puedes ver su canal de Vimeo.
Fotografías cortesía de la cineasta