La maternidad. Un concepto abstracto con muchas declinaciones del que creemos saber tanto pero con el que nos estrellamos una vez que nos enfrentamos a ella. Esta capacidad de diosas creadoras nos pertenece desde que el todo existe y puede que se trate de la cualidad más alucinante de ser mujer.
Lo que a mí más me obsesiona al respecto, es el factor tan alienígena y a la vez natural de crecer a ALGUIEN dentro de ti y expulsarlo, ¡a un humano entero! Parir me resulta un acto casi de ciencia ficción, una condición del más allá en la que tienen cabida dos seres, uno dentro del otro.
De hecho, podemos extenderlo a tres en algunos casos, porque si tenemos en cuenta que las mujeres albergamos los óvulos que desprenderemos durante toda la vida ya desde que estamos en el vientre de nuestras madres, eso significa que hemos estado también dentro del de nuestras abuelas, las tres a la vez, cuando apenas éramos una célula dentro un cuerpo en formación. Matryoshkas.
Volviendo al parto, hay algo enormemente místico en ese momento. Nuestra condición de mujeres se eleva a otra dimensión que por un rato se solapa con la realidad. Se abre un portal entre dos mundos en el que nosotras somos la conexión. Cabalgando en un estado entre animal y divino, nos dejamos poseer por la madre naturaleza y nos sentimos más que nunca parte de ella.
Abrimos nuestro séptimo chakra y expandimos nuestro kundalini de nuestra raíz hasta la tierra y de nuevo hacia la corona. Nos convertimos en chamanas y manifestamos la capacidad de vehicular una consciencia de un mundo a otro.
Tan potente es ese momento, que me hace pensar si la medicalización y masculinización del parto han sido herramientas para controlarnos. Porque el parto es fuerza y potencia puras y si las mujeres somos capaces de sentir que nos estamos muriendo pero seguir adelante, eso nos hace capaces de todo. Literalmente, TODO.
En la sociedad actual este acto tan sagrado se nos ha arrebatado en muchos sentidos y, por eso, rescatarlo es de las rebeliones más poderosas que podemos protagonizar. Para hacernos una idea del poderío, imaginemos a la mujer pariente pensando y conectándose con todas las mujeres que están pariendo en todo el planeta a su vez. Brujas conectadas en una red de energía que envuelve el mundo.
Después de todo, somos el túnel que da entrada a unos pequeños magos maestros que vienen a enseñarnos su sabiduría ancestral y a reciclar, trabajar o disfrutar los karmas y herencias de otras vidas. Muchas veces la misión de estos bebés espíritu es sanar relaciones, por ejemplo, o cerrar círculos, pero siempre intencionadamente. El match entre mamás (y papás) y bebés no es aleatorio.
Además de lo trippy de tener a alguien que tenga un aspecto similar al tuyo y que haya salido de dentro de ti, los hijos alcanzan lo sublime cuando se mezcla la admiración por tu propio ser, el vínculo entre tu cuerpo y tu espíritu, con la creación de una prolongación mejorada de ti. Tu yo 2.0 al que puedes modelar a base de ensayos y errores.
¿Qué significa ser madre, entonces? Hay mucho romanticismo en torno a la maternidad y también mucha dosis de cruda realidad. Porque de entrada, ser madre significa dejar de verte tu ombligo para priorizar el nuevo nudito umbilical que se desprendió de ti. Significa dejar cualquier cosa semejante a una rutina para mantener la cabeza a flote en medio de la locura. Ser madre significa no tener la menor idea de cómo hacerlo y esperar a que el instinto te hable al oído y te guíe con sabiduría matriarcal.
Pero entonces pasa que el instinto no responde y te das cuenta de que hace tres días que no te bañas y de que ni tú, ni la vida volverán a ser como antes ahora que en tu mundo has pasado de ser una persona individual a existir en una consciencia repartida en dos cuerpos. Y es en ese momento cuando aceptas que tu bebé será tu mayor experimento. Una especie de Tamagochi extreme que te obliga a vivir en el presente y al que, como mínimo, tienes que mantener con vida sin tú misma morir en el intento.
Por eso, ser madre es la manera más intensa y efectiva de hacer saltar tu creatividad para compaginar tu cuerpo, tu estilo de vida, tu mente, tus emociones, tu carrera, tus relaciones, tu vida social, tus finanzas, tu casa, tus horarios, tu espiritualidad, tus sueños y tu corazón junto con la existencia y necesidades del nuevo cachorro. Es vivir dos vidas en una. El ingenio se convierte en nuestra única salvación.
Siempre queremos aderezarlo con que vale la pena para quitarnos méritos y rebajar los retos y dificultades, pero la realidad es que no tenemos que engañar a nadie. Lo crudo de ser madres es lo que nos honra.
Se trata de un proceso de descubrimientos constantes en el que nos empoderamos a través de la experiencia de amar a otro, que a su vez nos lleva al conocimiento propio. Es un camino sin recorrer en el que protagonizamos un juego donde la misión más importante no tiene reglas ni instrucciones.
La maternidad es abrumadora e instintiva pero, sobre todo, una gran oportunidad para cultivar y crecer la intuición femenina y el perdón a una misma, porque no hay aciertos ni errores, ni, mucho menos, juicio.
Tengas quien te acompañe en esta aventura o no, se trata de un viaje en solitario que sólo una mujer puede entender. Cuando nace el bebé, nace también la mamá, y esa es una experiencia inherente a nuestra feminidad. Llegar a conocerla es un reto. El no saber se convierte en la nueva normalidad y está bien, porque significa que dejas una piel para crecer en otra. Lo difícil está en rescatar a tu yo, que sientes olvidaste en algún punto del camino; cuando, en verdad, simplemente evolucionaste, aunque tan rápido que no pudiste verlo.
Con el tiempo, te das cuenta de que tu propio ser se doblega en una leona que te acompaña a donde vaya tu materia, como un espíritu espejo que flota a tu lado vigilando a tus crías mientras te lames y afilas tus garras despreocupadamente. Siempre junto a tu yo más esencial, que no fue a ninguna parte más que arriba, a una versión más elevada de sí.
En definitiva, ser madre significa caos. Pero, sobre todo, significa ser una con todas tus madres y con la fertilidad de la tierra, perteneciendo así a la eternidad.
Dedicado a mi madre, con amor.