Hace unos meses la primera prenda fabricada cien por ciento con tecnología digital y bajo la estructura de datos blockchain, fue vendida por 9,500 dólares en una subasta en Nueva York, abriendo paso a una era que se encuentra más cerca de lo que imaginábamos y que revoluciona totalmente la forma en la que se crea, compra y usa la moda.
Esta pieza a la que llamaron Iridiscence, es un vestido hiperrealista confeccionado digitalmente bajo la iniciativa de The Fabricant, una start up holandesa que se define a sí misma en su página web como “Una casa de moda que lidera la industria hacia un nuevo sector de ropa totalmente digital”. Un proyecto hasta ahora inusual que propone nuevos modelos de producción y consumo con los que se busca reducir el impacto ambiental.
A partir de un software de corte de patrones de prendas en 2D, 3D y otro programa de renderizado, nacen las prendas digitales diseñadas para ser utilizadas solamente a través de formatos multimedia como fotos y vídeos, objetivo que se logra mediante una adaptación del vestido a las proporciones de cada cuerpo. Esta tecnología, es la que permite que cada pieza creada esté constituida por una nula cantidad de tela, sustancias tóxicas y/o emisiones de CO2.
Gracias al éxito que han tenido los filtros faciales de Instagram y los personajes CGI como Lil Miquela, The Fabricant se encuentra ahora en una posición estratégica, en la que la idea de una conversión inmediata de la moda a un modelo digital nos parece cada vez menos radical y abre un nuevo debate sobre las respuestas que debemos encontrar para proteger al planeta mientras seguimos explorando y llevando al límite la creatividad humana.